miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL PAPEL DE LOS DERECHOS HUMANOS EN LA CONVIVENCIA


La teoría y la práctica de los Derechos Humanos se han transformado en el punto de encuentro y de convergencia de los individuos, grupos y pueblos, mas allá de diferencias de culturas y visiones del mundo, podría afirmarse que los derechos humanos constituyen hoy un código universal de conducta.
También en nuestro medio se ha venido consolidando la tendencia de la gente común a expresar su inconformidad y protesta en el lenguaje de los derechos: los campesinos que sufren la violencia de la guerra, los indígenas sin tierra, los asalariados y obreros, los habitantes de los barrios marginados, todos ellos apelan a la dignidad vulnerada o al derecho a la vida, amenazados por los actores de  la violencia o por la desidia o ineficiencia del Estado.

Los Derechos Humanos se convierten entonces en ese catalizador, en ese escudo donde la población vulnerable encuentra protección. En Colombia, actores tan distintos como la iglesia, los grupos insurgentes, los paramilitares, los funcionarios públicos o los gremios, acuden por igual al lenguaje de los derechos para reclamar sus pretensiones eso puede ser explicable a la existencia de concepciones encontradas acerca de los derechos fundamentales.
Los derechos humanos responden a las exigencias humanas universales de respeto y solidaridad; de ahí que todo ser humano, por el simple hecho de humano, tiene derecho a que se le trate con igual consideración  y respeto, a que se le respete su vida, su integridad, su libertad y su propiedad: La garantía de esos derechos son la razón de ser de cualquier sociedad civilizada.
La tolerancia abre el camino a la libertad de conciencia y a la autonomía  moral, además ha desempeñado un papel importante en la consolidación de los derechos propios de la tradición de Occidente, en especial al de la libertad de conciencia y expresión, o de la libertad en cuanto a prácticas y formas de vida. Sin embargo, la apelación a la tolerancia resulta a menudo ambigua y termina siendo un ideal ético a la hora de pautar las relaciones de convivencia con el otro.
Por lo general, solo se tolera lo que se considera que esta mal, y se habla de tolerancia solo frente a asuntos desagradables, como por ej. la subversión, la prostitución o la orientación sexual. Los críticos de la tolerancia han hecho notar también que el precio a pagar por una actitud tolerante parecería ser la renuncia a cualquier convicción firme o a un compromiso serio con una verdad, una fe o un partido. La actitud tolerante adquiere en cambio un rasgo moral distinto cuando se articula con el reconocimiento de unos derechos básicos del individuo a la libertad de conciencia y expresión, y a la búsqueda autónoma de felicidad.

En este caso resulta más apropiado hablar de respeto por la dignidad del otro, una actitud que conserva el núcleo racional de la tolerancia e integra la lucha contra el fanatismo, con una disposición respetuosa y solidaria con sujetos o grupos diferentes en cuanto a credos religiosos, culturas o formas de vida. No molestar a nadie por sus opiniones es un paso importante, pero no suficiente: se requiere además el esfuerzo por comprenderlo en sus diferencias, percibidas ya no como una amenaza sino como una posibilidad de enriquecimiento de lo humano. No obstante con sus limitaciones iniciales, la idea de tolerancia resulta fundamental para lograr avanzar en el camino de la consolidación de una cultura de los derechos humanos.

Por lo tanto “Los derechos humanos son demandas, sustentadas en la dignidad humana, reconocidas por la comunidad internacional, que han logrado o aspiran a logar la protección del ordenamiento jurídico y que por esto se convierten en diques frente a los desmanes del poder. El reconocimiento de la dignidad humana, supone la superioridad axiológica de la persona frente a cualquier otro bien o interés social. En consecuencia, tal superioridad implica una reestructuración de las estructuras sociales, pues cualquier organización política que diga fundarse en los derechos humanos debe poner siempre por encima de toda consideración, las defensa de la dignidad de todas y cada una de las personas que la componen” (Zuleta E., 1996).
Los derechos humanos se han transformado en una alternativa a la ley del más fuerte y en un recurso de protección para los más vulnerables. Se ubican así en el cruce de caminos entre moral, derecho y política, entre las exigencias éticas y la necesidad de transformar una aspiración moral en un derecho positivo.

Colombia por ser un país tan diverso social culturalmente hablando, los derechos humanos se han convertido en la herramienta principal para lograr que grupos y comunidades marginadas que han sido tratadas de manera discriminatoria logren el reconocimiento, respeto e inclusión social es el caso de las comunidades indígenas, la comunidad afrodescendiente y la comunidad LGBTI, aunque aún queda mucho camino por recorrer.
Ahora que se ha visibilizado el problema del “matoneo” física y virtualmente, la escuela debiera ser el nicho principal donde se enseñen y promocionen las prácticas de convivencia.

El papel de las escuelas en la educación de las personas, es vital para la formación de seres humanos incluyentes, con acciones que reconozcan la equidad, la democracia y la solidaridad; con interacciones, donde el otro o la otra, sean reconocidos como seres legítimos en las prácticas de convivencia, “Las práctica de la convivencia implica reconocer la heterogeneidad, la multiplicidad, la pluralidad en la diversidad humana, asumiendo los modos de vivir del ser humano. Multiplicidad que se expresa en las interacciones sociales, las representaciones y las formas de actuar en los contextos sociales” (Zuleta E., 1996).

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